De niño, la Navidad era algo serio. Nos reuníamos en torno a la mesa para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, con una cena parca. Generalmente col hervida o alubias (fesols, muy típicos en mi tierra) y de segundo, el año que había suerte, carne. Carne asada o chuletas.
Ese era todo el dispendio... el día que se podía, claro. No teníamos árbol... y ni siquiera teníamos belén. Leíamos pasajes de la Biblia, cantábamos, e íbamos a misa con mayor regularidad incluso que el resto del año. Y después llegaban los Reyes. Unos Reyes muy pobres, pero muy entrañables. Un solo juguete por niño, y poco o nada para los adultos. Y cuando el dinero no llegaba, que era las más de las veces, el juguete tenia una factura manual más que evidente.
Hoy la Navidad no existe. La gente compra, come hasta caer enferma, se emborracha y olvida a la familia. Me da nauseas y vértigo esta sociedad que ha perdido sus valores. Que los ha cambiado por las luces de colores. Que los ha vendido por treinta monedas.
Pero yo, sigo con mi camino solitario. Cuando crecí, hecho ya un mozo hecho y derecho, en el SEU, instituí una tradición particular: me haría un regalo, uno solo, cada vez que vinieran los Reyes Magos. El origen se difumina en el tiempo, de cuando recibía de mis tías cosas absurdas y mis pobres padres ya tenían bastante líos con los propios. Pasado el tiempo, seguí haciéndolo, de tal manera que hoy la cosa sigue sola.
Este año me regalaré una sorpresa: la nueva edición de las Obras Completas de José Antonio. Y será un regalo doble... porque se que más de uno de mis nietos las consultarán, para comprobar diferencias con las muy ajadas que les regalé.
martes, 18 de diciembre de 2007
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