Hace un par de días, contrariamente a mis costumbres, tomé un autobús. Y no digo esto por ser un "exquisito", ni por nada similar. Sencillamente, el médico me recomendó caminar y siempre que puedo, camino. Y si tengo prisa, tomo un taxi o recurro a hijos y nietos.
Pero ese día, sin prisa alguna, llevaba un par de bolsas que me hacían cansarme. Así que tomé un autobús de la empresa municipal.
El autobús estaba lleno sin llegar a estar repleto. Por supuesto los asientos para minusvalidos, embarazadas y ancianos estaban ocupados. En el lado donde yo me encontraba (andar por dentro de un autobús en marcha, con mi edad y con bolsas, se convierte en algo parecido a una aventura) había dos asientos: uno ocupado por una chica embarazada, y otra ocupada por un joven quien por sus rasgos me pareció un ciudadano del este de Europa, de tantos que escapan del caos que dejó el comunismo para venir a lo que se llamaba hace años el mundo libre. La chica pretendió levantarse para cederme el asiento, algo que no permití. El joven no hizo ademán alguno de levantarse, aun más, se hizo el distraído, a pesar de algún comentario que un par de señoras le lanzaron. No importa. Soy viejo, pero no enclenque. Al cabo de cuatro paradas, el joven se levantó. Entonces le pregunté si era un discapacitado psíquico, porque el cuerpo en apariencia lo tenía sano. Me miró como si quisiera fulminarme, perdonándome la vida.
A mi este suceso no me inspira odio, ni tan siquiera dolor. Me da tristeza. Lo veo triste porque, hace años, quizá demasiados, de ver algo similar, algún joven hubiera saltado de su asiento por dos motivos: para cedérselo al anciano, y para afear la conducta del que ocupa de manera indebida el asiento reservado, sea este rumano, magrebí o castellano de Ávila.
Y no. Tan solo las señoras mayores que venían cargadas con la compra le cantaron cuatro frescas. Los jóvenes... siguieron sentados. Lo que si me dolió es que no les cedieran sus asientos a esas señoras, de edad madura, y cargadas de bolsas de la compra.
España cambia demasiado rápido. Y no me gusta el sentido del cambio.
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