El punto de vista de un viejo divisionario

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Fill temperament hispano

Camino de Grigorowo, echando un pitillo con un camarada que después llegó a ser un estupendo periodista en NO-DO, Pío Ballesteros, quien a pesar de sus escarceos con CC.OO. hizo un papel estupendo presentando un documental sobre la división azul que se emitió en TVE cuando Rajoy llevaba pañales, tuvimos una visión de ensueño: vimos pasar a un guripa ¡con una vaca como mascota!.

Los alemanes, cuando veían cosas como esa, o cuando descubrían estampas como la de aquel guripa quien, prescindiendo de la uniformidad, llevaba en la cabeza un sombrero hongo sacado de algún lugar ignorado, pensaban que estábamos locos.

Más adelante, cuando nos veían lanzarnos a la muerte cantando, y no sólo canciones que podían ser épicas sino también de cachondeo, tal y como si fuéramos a una kermesse, ya no pensaban que estábamos locos: lo daban por confirmado.

Para identificar a un español, lo tenían fácil: si hablaban a gritos y se reían de todo, estaba claro. Y si andaban solos, y lo hacían a saltos y con las manos en los bolsillos, también.

En los primeros días, cuando estábamos en Hof, recuerdo un pequeño conflicto con el Coronel Bandín. Al coronel le gustaban las mujeres más que a mi el dulce de membrillo, lo que ya es decir. Pues bien, algunos camaradas enseñamos a las froilans a saludar en castellano, para que pudieran presentarle sus respetos al coronel. La cara que puso cuando un aluvión de mozas guapas como ellas solas le repetían "Mi Coronel tengo un culo muy bonito" merecería formar parte del anecdotario universal. Era ese chicoleo el que hacía exclamar a los alemanes, cuando nos veían timarnos con alemanas, polacas, rusas... de igual manera que lo hubiéramos hecho en Ruzafa o Vicálvaro, una frase: "fill temperament hispano".

Hoy, los españoles hemos perdido ese "fill temperament hispano". Los españoles de a pie parecen europeos en el peor sentido de la palabra. Hay un exceso de borrachos. Pero no borrachos por lo alegre, sino por rutina, que es muy grave. Hay una pérdida de lo espontáneo, un exceso de planificación. Un olvido de la familia, de los amigos, sustituidos por el bar y la TV. Pero lo más grave: estamos perdiendo la España donde nacimos.

Quizá sean estos días buen momento para reflexionar sobre lo que estamos dejando escapar, como la arena que se escurría por los dedos de mis hijos en la playa de la Malvarrosa.

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