El punto de vista de un viejo divisionario

lunes, 13 de octubre de 2008

Somos polvo...

Prometo hacer entrada doble esta semana, y contestar así a aquellos amables amigos que me han dejado sus mensajes.

Pero hoy no. Hoy, no puedo.

Es uno de esos días en los que uno toma conciencia del fin, de lo poco que somos.

Un amigo de la familia, al que llamaré Paco por abreviar, ha fallecido hoy. Un cáncer se lo ha llevado por delante con poco más de cincuenta años. No tenía con el más trato que el que se hace lógico de verlo en casa de uno de mis hijos y de conocer levemente a sus hijos, amigos de mis nietos. Pero lo que si he visto, ha sido el agujero que ha dejado.

La muerte, a mi edad, se ve con otra perspectiva. No se desea, porque de cualquier manera, esta es la orilla del río de la vida en la que quiero acampar, pero se es mucho más que consciente de que Caronte puede aparecer en cualquier momento y reclamarnos para el viaje.

Además, cuando uno es viejo y se va, la pena y el dolor quedan matizados por esa vieja y dura expresión que reza "es ley de vida". Pero cuando se va alguien con hijos pequeños, con padres vivos, rompiendo así la natural cadena que provoca el dolor infinito en los padres que ven partir antes a los hijos, cuando ese alguien deja muchas cosas pendientes, se multiplica el daño.

Nada somos. Intentamos dejar huella en la vida y apenas marcamos la arena de una playa donde Nuestro Señor puede soplar en cualquier momento y borrar nuestro rastro. Es algo que hemos de asumir y, aun así... se hace tan difícil.

Apenas me han dado la noticia, he tomado mi carnet de jubilado para el autobús y me he plantado en casa de Paco. Podría pensar que los hermanos del finado, sus cuñados... ya estarían ahí para prestar apoyo moral a la familia, a una familia que conocía en cierta forma de rebote. Pero algo me decía que tenía que estar ahí.

Al llegar me di cuenta de que mientras todos rodeaban a la madre y a la hija, el chaval, ya mayor, de casi 30 años, estaba solo. Entero, sin hablar con nadie y tragando por su garganta pedazos de dolor del tamaño de melocotones. Le abracé y, en ese momento, fue cuando rompió a llorar.

Hemos hablado mucho. Con él, apenas había cambiado antes más de cuatro o cinco frases largas, pero hoy hemos hablado como si nos conociéramos de siempre.

Le he hablado de la muerte. De la muerte que vi en mis camaradas, en mi hermano, en los horrores de la guerra que sufrí de niño y en la guerra que viví de joven. Y en la muerte que me hace notar su aliento en mi nuca cuando bajo la guardia. Pero no era la muerte lo que le dolía de verdad. Lo he visto pero no me atrevía a decírselo, hasta que al final, ha sido el quien me lo ha confesado: su dolor es porque no le había dicho a su padre algo muy simple y elemental: "Te quiero".

¿Porqué nos negamos a exteriorizar los hombres muchas veces sentimientos tan bellos y al tiempo simples?. No lo se.

Cuando volvía, cabizbajo y meditabundo en el autobús, pensaba que quizá no fuera casual mi impulso de acudir allí, sin esperar llamada de nadie. Que todo tiene un sentido.

Hasta la vida de un viejo.

2 comentarios:

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Emotiva historia,yo perdí a mí padre hace dos años,de repente de un infarto y aunque en este caso se siguió "el orden natural" es un enorme dolor.He tenido conocimiento de su blog por otros conocidos de la red y solo quería manifestarle,mi afecto y admiración y que gente como usted aún nos recuerda que en una época España fue un país de personas dignas.Un abrazo.

Mike dijo...

Enhorabuena por el blog y mucho ánimo.

No deje de escribir. Los más jóvenes necesitamos de la sabiduría de los mayores.

Un abrazo.